|
Un túnel sin fin
Quizás usted se acuerde de Aristóteles Onasis, famoso armador griego, quien fue uno de los hombres más ricos del mundo. Un periodista escribió lo siguiente acerca de él: «Onasis murió en París a los 69 años. Sin duda muchos lo envidiaron por sus riquezas y su poder, pero, ¿de qué le sirve eso ahora? Él mismo tuvo que confesar que su existencia y todos sus esfuerzos terminaban en un fracaso. Al principio de la enfermedad que lo condujo a la muerte, declaró lo siguiente a un amigo: «Sólo fui una máquina que fabrica dinero. La gente puede pensar que pasé mi vida en un túnel de oro, con la mirada puesta en la salida que me conduciría a una completa satisfacción y a la felicidad. Pero ese túnel no tiene fin. ¡No quedará nada después de la muerte!».
¡Un túnel que no tiene fin! Uno avanza por él, alegre, despreocupado, pensando que no necesita a Dios, y cuanto más avanza, más se hunde en la noche para finalmente descubrir que no hay salida.
Entonces, ¿qué hacer? Reconocer su error, confesar sus pecados a Dios y volverse decididamente a él (1 Tesalonicenses 1:9). Entonces veremos una luz que viene de la cruz del Calvario, donde Jesucristo expió los pecados de todos los que confían en él. Éstos poseen las verdaderas riquezas, las riquezas eternas.
“La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18).
Comenta y Comparte en Facebook: