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En el Areópago
El Areópago, en Atenas, era una colina donde se hallaba la sede de un tribunal de gente notable. Allí, al aire libre, se podía asistir a los procesos y también escuchar discursos filosóficos o políticos. La Biblia resume la atmósfera que reinaba en Atenas en el primer siglo: la ciudad estaba “entregada a la idolatría… Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él… Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” (Hechos 17:16, 18, 21).
Dionisio, miembro del Areópago, seguramente escuchaba cada día una multitud de discursos. ¡Qué sequía y hastío debía haber en su corazón confrontado diariamente a tantas ideas contradictorias! En nuestros días, ¿no tenemos a veces la misma impresión y nos sentimos hastiados de la pobreza espiritual de todo lo que oímos? Sin embargo, ese día el apóstol Pablo tomó la palabra allí, y Dionisio escuchó un mensaje completamente diferente: “Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:30-31). La fuerza de la buena nueva de la resurrección no dejó indiferente a Dionisio; no se dejó influenciar por los que se burlaban. Su vida fue transformada. La Biblia nos dice que él creyó.
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