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No tengo a nadie
Cerca del estanque de Betesda, en Jerusalén, un gran número de enfermos estaba esperando ser sanado. ¡Uno de ellos estaba allí desde hacía 38 años! Jesús conocía la tristeza y la miseria de ese hombre, y le preguntó si quería ser sanado. ¡Esta pregunta nos sorprende! Hacía años que ese hombre anhelaba ser curado. Su respuesta muestra todo su sufrimiento: “Señor… no tengo quien me meta en el estanque…”. Estaba solo… No tenía nadie que le ayudase a franquear el obstáculo producido por su discapacidad. No tenía esperanza, pensaba que nunca lo lograría: siempre llegaba demasiado tarde por falta de ayuda. Pero Jesús respondió a esta verdadera necesidad: “Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo” (Juan 5:8-9).
Muchos de nosotros soportamos largos sufrimientos; una enfermedad, un divorcio, un duelo o la vejez nos hacen sentir la soledad. “Señor… no tengo quien…”.
Como en otro tiempo, Jesús está cerca, presto a escuchar nuestro clamor de angustia y a responder a nuestras verdaderas necesidades.
“Invoqué en mi angustia al Señor, y él me oyó” (Jonás 2:2).
“Ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon… Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” (2 Timoteo 4:16-17).
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