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Un recién nacido
En la sala de espera del pediatra observaba a los que me rodeaban. Una madre tenía en sus brazos a un recién nacido, acababa de sacarlo cuidadosamente de un cochecito muy confortable. Ese bebé, de sólo unos días de nacido, todavía no tenía la fuerza suficiente para mantener su cabeza erguida. Descansaba en los brazos de su madre, que le sostenía la cabecita. En ese momento pensé: «Ese bebé depende realmente de su madre... Afortunadamente ella lo sostiene bien».
La fragilidad y la dependencia de este niño dirigieron mis pensamientos hacia otro niño recién nacido que estuvo acostado en un pesebre, hace más de 2.000 años. Los ángeles, maravillados, habían anunciado a los pastores: “Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lucas 2:12).
Los ángeles y todos los que lo visitaron contemplaron a ese niño en la humilde condición de un recién nacido, que depende de los cuidados de su madre... Sin embargo Él había creado el sol, la luna, las estrellas, así como a los hombres y todas las maravillas del universo.
Qué gran humildad “hubo en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).
Zacarías 6 - Apocalipsis 15 - Salmo 145:14-21 - Proverbios 30:17
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