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El buen Dios
En uno de sus últimos «Folletos», publicado en 1968, el novelista Henry de Montherlant escribió: «Mi aventura terrenal se acaba... Pronto mi alma emprenderá el vuelo, y si el Dios de los cristianos, a pesar de todo, es el bueno, estoy muy tranquilo». Cuatro años después se quitó la vida. ¿El escritor habrá muerto en esta ilusión, en este equívoco?
¡El Dios de los cristianos sí que es el bueno; no hay otro! Pero, para estar tranquilo, es necesario haber escuchado y creído lo que nos dice en su Palabra. Pero no es ese «buen Dios» que algunos evocan con ligereza sin conocerlo, a quien, no obstante, fácilmente hacen responsable de todas las desgracias de la humanidad. El Dios de los cristianos es, en efecto, el bueno, el único verdadero Dios. Y es también el Dios bueno, pues desea que todos los hombres sean salvos.
Pero es igualmente el Dios santo que condena inexorablemente el pecado y no deja pasar nada. Es el Dios de verdad que censura toda forma de mentira, y que tendrá en cuenta la mínima injusticia cometida en la tierra.
No nos equivoquemos, la bondad de Dios no es indulgencia. Su bondad consiste, ante todo, en instar a los hombres al arrepentimiento para que se vuelvan a su Hijo, quien sufrió en su lugar el castigo que ellos merecían. ¡Ése es el don de Dios!
¿Despreciaremos las riquezas de esta bondad y de esta paciencia de Dios?
Job 32 - Hebreos 13 - Salmo 133 - Proverbios 28:17-18
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