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Su nombre escrito en una lápida
Charles Mez, empresario de Basilea (Suiza), caminaba un día de invierno por el cementerio de Königsfelden. La nieve recubría la mayoría de las tumbas e impedía leer los nombres inscritos en las lápidas. De repente se detuvo. En un monumento protegido por un abeto, pudo leer un nombre, y ese nombre era el suyo: «Charles Mez».
No sabía quién podía ser su homónimo cuyo cuerpo descansaba ahí, pero el hecho de que el único nombre así visible en todo el cementerio fuese el suyo, le impresionó mucho. «¿Dónde estaría yo ahora si mi cuerpo, separado del alma, estuviese acostado bajo esta piedra?, se dijo».
Solo, de pie en medio de ese paisaje helado, en ese escenario de muerte, imagen de su estado interior, reconoció sus pecados, su indiferencia y su desprecio hacia el amor de Dios. El Evangelio que antes había oído sin prestarle atención, repentinamente se impuso a él de una manera viva y personal. Orando se volvió a Jesús y recibió la paz interior que da la fe en el Hijo de Dios. Desde entonces la vida de Charles Mez mostró que pertenecía a Jesucristo, y tuvo el gozo de servirle.
Dios sabe conducir las circunstancias para llamarnos la atención. Nos detiene y nos habla de diferentes maneras. ¿Percibimos su voz en esas situaciones particulares? Tomémonos el tiempo para hacer una pausa y preguntarnos: ¿Jesús es mi Salvador? Tal vez mi nombre estará escrito en una lápida más rápido de lo que pienso. Y entonces, ¿dónde estará mi alma?
Ester 5-6 - Juan 16 - Salmo 119:97-104 - Proverbios 26:19-20
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