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El Hombre por excelencia
Juan el Bautista invitaba a sus contemporáneos a arrepentirse. Muchos jefes religiosos, convencidos de su propia autoridad y de su posición, observaban a los que se bautizaban, pero ellos mismos no se comprometían. Juan los interpeló enérgicamente para que dejasen de lado sus pretensiones: “No penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mateo 3:9).
En contraste absoluto con estos hombres religiosos, la humildad de Jesús brilló. Él, quien no conoció pecado (2 Corintios 5:21), que no cometió pecado (1 Pedro 2:22) y en quien no hay pecado (1 Juan 3:5), llevó en nuestro lugar el castigo que merecíamos por nuestros pecados. Juan quedó muy sorprendido cuando Jesús vino para ser bautizado. Propuso invertir los roles: ¡se sentía muy pequeño ante Jesús y quiso ser bautizado por él!
Cuando Jesús salió del agua, “los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:16-17). El mensaje del cielo testificaba claramente que Jesús no podía ser comparado con nadie y subrayaba su humildad. Dios su Padre hallaba una plena satisfacción en él.
También es nuestra felicidad conocer a Jesús, no sólo como Salvador, sino como el hombre perfecto, el hombre por excelencia, aquel que nos consuela mediante su perfección.
Job 29 - Hebreos 11:23-40 - Salmo 132:1-7 - Proverbios 28:11-12
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