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¡Pida socorro!
Con unos amigos charlábamos acerca de las estadísticas nacionales sobre los ahogamientos durante el verano pasado. Podíamos hablar tranquilamente del tema, porque no nos afectaba personalmente.
Ahora supongamos que me encuentre en la situación del que, totalmente agotado, está a punto de hundirse. En medio de mi desesperación pido socorro con todas mis fuerzas. Esta vez las estadísticas no me importan, se trata de mí. ¡Es urgente, mi vida está en peligro, me hundo!… Y me apresuro a sujetar con alivio la mano tendida que quiere salvarme.
Cuando se trata del futuro eterno del alma, del juicio de Dios sobre el pecado y de la salvación por la fe, algunas personas consideran el tema de forma distante y teórica, como si fuesen estadísticas. Es como si esto no tuviese nada que ver con ellas. Hacen preguntas sobre el futuro de los que nunca han oído el Evangelio, y se indignan porque no todos los hombres son salvos (¡como si Dios nos debiese la salvación!).
Algunos consideran injusto que Dios salve de la misma manera a un malhechor que a un hombre honesto, sólo mediante la fe en Jesucristo… ¡Pero cada uno debe tomar conciencia que ese asunto también le concierne personal y directamente, que es urgente y tendrá consecuencias eternas!
Para ser salvo no se requiere discutir, sino pedir socorro a ese Dios, a quien todos necesitamos.
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