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«Libertad, igualdad y fraternidad»
Todos los franceses conocen la divisa de su república. Estas tres palabras inspiraron a los redactores de la Constitución francesa, y muy a menudo los líderes políticos de todas las tendencias las hacen suyas. Pero debemos admitir que estamos lejos de esa sociedad ideal.
Sin embargo existe un campo donde estos principios deberían ser una realidad. Todos los verdaderos cristianos son el pueblo de Dios, pues depositaron su confianza en Jesucristo. El perdón de Dios los libera de su culpabilidad. Si dejan actuar el poder del Espíritu Santo en su vida, éste los libera de los diversos vínculos que a menudo atan a los hombres: deseos incontrolados, diversas adicciones, codicias…
Dios, que es misericordioso, los llama sus hijos (Juan 1:12), y Jesús los llama sus hermanos (Juan 20:17); este vínculo vital entre los creyentes es indestructible. Éstos son, pues, invitados a no dejarse influenciar por las diferencias sociales: “El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; pero el que es rico, en su humillación” (Santiago 1:9).
Los primeros cristianos vivían de esta manera. En la epístola a Filemón leemos que Onésimo, esclavo de Filemón, se había escapado. Luego conoció a Pablo en la cárcel y se convirtió al Señor. El apóstol lo envió nuevamente a su antiguo dueño y le entregó un mensaje que lo recomendaba como “hermano amado”, para que Filemón lo recibiera como si fuese el mismo apóstol (Filemón 16 y 17).
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